Muerte isla
en el mar de la lluvia descarriado
horizonte hecho en añicos
a la mar
complementaria de la cama nido y sus tangentes.
Muerte aplomo de vértigo en el muro
de la vergüenza pinpón con catedrales
cortauñas y verdugos
acribillas gravedades de livianos
vanos lacrimales en ciernes y en cernida
grava de edades das
puntual ejecución a la inminencia,
inflexible intermitencia
en la exacta vertical de culo y silogismo
sin conclusión.
Muerte a mano alzada irrefutable
dimensión de segundos en que mudas
principios y primados, primates, prioridades,
primicias y sobrinas
en lloviznas de sobrantes diminutos, en tornados
siglos dados
de cristal por el tapete
de afilados cantos mudos que fecundas.
Muerte espejo diluvial de cada apenas,
en series infinitas derivadas
de la ausencia de timón del multiverso
por tu abismo somero, muerte, se contemplan
garridos esqueletos desgarrados
de piedras bautismales en jirones, desbocados
sumarios de hilos sin discurso que se sumen
en sumatorios probables como fosas de un día,
integral mutilación de lo acabado
en tu arácnido quirófano de sedas.
Muerte multitú
del fallido titular de los espejos
en susurros desandas cielo abajo la partida
del amar a las nubes de saliva
cristalino pañal calado de renuncias
en vainica de silencios bautizas lo sobrante
de imposibles abrazos en un nombre,
muerte don, cuerpo presente
de ayeres con ajuar sin ocupante,
tu catálogo de marcos y goteras
expone a la mar ida lo guardado,
la ropa del pronombre y lo nadado,
deja secos
los baberos de mármol las banderas
las enteras rasgaduras de lo texto
expuesto
en tus cuerdas tartamudas de colada
infalible en selectos cumpledaños,
muerte sorpresa, virgen enjaulada
tras tanta diversión por flancos fantasmales
en tus gotas se desata cuerpo a cuerpo
ofensiva la última palabra
que hace florecer la yerbaluisa,
y en la sala sin muros ni vergüenza
de la tormenta aterrada, la tierra atormentada
de gozo en un húmedo susurro
lleva aroma por todos sus caminos.
Desordenada abscisa de la fecha
en el mapa del tiempo en que se cuenta
eres sólo, muerte mía,
la minúscula gota que colma y determina
este largo paréntesis complejo
de un abrazo manco y un espejo,
imprescindible
pausa, coma irreversible entre dos ecos
que estableces desde luego y hasta antes
la exacta posición de lo impreciso
en el húmedo susurro en que la lluvia
lleva a tierra por todos los caminos.
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