1. adj. Dícese de este peregrino lugar, y de sus habitantes, transeúntes por los tiempos con un rumbo, según unos suponen, al azar de los molinos gigantescos según se supongan otros. U.t.c.s.
Se ha muerto un pueblo
pero no se ha muerto el hombre
León Felipe
Iberianos en tránsito, transidos, iberianos sin Iberia, sin una patria de altos vuelos reducida, agazapada en siglas comerciales y asexuados azafatos que se la interpreten, colgados en los aires y los humos que se dan por el aliento que se quitan, el aliento de memoria versada en el silencio latido de sus versos, de su lengua, de su trance intransitable entre paisajes de espadañas en las tes y olmos difuntos de progreso en cada ele. Iberianos del éxodo y el llanto, del éxodo periódico de fines de semana sin fines ni horizonte, del llanto peluquín, el llanto adobo del futbolista arrepentido del patadón a la tibia, ni siquiera a la ardiente o la fogosa; el llanto fariseo de actores maniquíes sin voz pero con rever, ese llanto hipócrita hipocrítico de paciente cliente de psicólogo cliado, de asistente a lo social en que no mete arremangado las manos hasta el codo, ese llanto baratija para adornar hombrías, esa palabra lubricante para hombrear histerias, ese diluvio lento, en tránsito suspenso, esta transición interminable por la Baba que exhuma la mentira en la palabra verdadera y en la falsa, en la ardiente y en la tibia, porque lo que ha llegado aquí a ser mentira es el hablar, el hablar que hermana en la ausencia de padres y patrones. Iberianos cainitas de una guerra civil perpetua reducida a telenovela interminable, poniéndose en escena de fantasmás en falsete, nosotros somos dos, al menos.
Ella, la impía que llegó del frío, no el de Siberia, el de ese gaditano Caribe con bandoleros en barco y no en caballo; Ello, el expiatorio chivo de Transiciones, Movidas y otros Estados del Movimiento inamovibles, oculto por los montes adonde tiran de siempre, era sabido en castellano, la cabra y el cabrito y el cabrón. Las Españas se juntan sin revolverse, contorneando el hueco singular y azul, puro efecto ilusorio, que las define. Transiberianos transidos en trance de estar, arrejuntados pero no vueltos, de parte alguna, a ninguna parte: en esta Transiberia tranversal a los versos y a las prosas, a los éxtasis ante el expositor y a los folletos de instrucciones para existir con guiones, socio-psico-lógicos, nacional-socialistas, cinemato-gráficos; sin guión ni Celestina que aúne sus posturas, como si una postura no fuese ya un aunarse miembros en cuerpo, sin mediador ni intermediario en este Imperio del Medio alcahuete y el sector servicios al fondo a la derecha y las teorías de la mediación y la acción a medias, arrejuntos pero no vueltos contorneando en vacío el corazón azul, pura ilusión, de las Españas.
*
Francia es amarilla y tiene costa, amarilla y con seis lados será un panal; Suiza, naranja y muy pequeña, conque será una mandarina y sin mar, pero con montañas, aunque aquí no se le vean. Las naciones eran planas en los mapas de mi infancia, y aun así, un problema venerable consistía en distinguirlas por colores sin que dos iguales se tocaran, confundidas. Hoy a veces, cuando voy a las ciudades, miro un vagón de metro colmado de figuras quietas que no se tocan, ni se confunden. Una es Trajegris Ceñuda, y opina que depende, mientras sea en inglés; otra es Faldiroja Desenvuelta, y siente que no lo siente lo suficiente, pero en palabras. Y tampoco se tocan, pero asombrosamente, tampoco se confunden. Aun asi, un problema venerable sigue consistiendo en distinguirse sin tocarse, como palabras en frase o años en memoria.
Porque ¿cuántos viajan juntos en el vagón de una cara? ¿Cuántas edades en el gesto más simple de una sola mano, y de qué color, de qué son son cada una, que se tocan y ejecutan hasta el fin sin confundirse, pero son un son, y suena?: la Mano Niña que se alzaba vacilante hacia la miel del estante, la Mano Amante que temblaba ante el roce de otra piel, la Cabreada agarrando la paleta por el mango para acabar esa mierda, o la Asustada buscando a su pareja para contar sus arrugas, todas juntas y distintas ahí delante, agarradas a una a una barra de vagón como si nada. Como se nada siendo pez, como se es un semejante de otros sin confundirse siendo humano. ¿Y no podrían sus señorías, ya que se las tiene diputadas por diputados de la nación, y por tales se les mantiene como a zánganos en Francia o a pepitas en Suiza, viajar en algún metro pero mirando, un día que otro?
A lo mejor averiguaban cómo viven juntas las Españas, que son un son; o cómo hace una lengua burla de los corsés que sus maridos le ponen, y de un plural singular, un singular plural, éste trasatlántico y trascalendárico que somos. A lo mejor averiguaban que la col es en Bruselas muchas pero enanas, y en Valencia en cambio una, grande y libre de casi todo, menos de ser col de Bruselas. A lo mejor averiguaban que no a todos nos pasan las mismas cosas, que es decir no nos pasaron, no nos pasarán, no nos están pasando los mismos pasados y porvenires, pero eso sí, nos nopasan en el mismo vagón intangible pero holgado, y desde luego no plano, ni desde antes, ni desde nunca, que suele llamarse una lengua. A lo mejor así descubrirían que aún no han olvidado o ya no han descubierto el Mediterráneo de lo más obvio, eso que está en medio de todos sin ser ninguno, eso de lo que nunca dicen pero dan a entender siempre ser su oficio y merecer vivir de ello: el hablar y el parlamento.
¡Ojalá! (que viene a ser como “¡bigotes!”, un hablar de oídas transiberianas, pero en arábigo y no en germano, mirando al Sur y no hacia el Norte). De lo contrario, otra vez llegarán forenses eruditos del mañana a preguntarse por qué, en esta malhadada Transiberia, han de ser una y otra vez ésos a los que llaman escritores, y no eruditos clérigos ni pensadores, quienes se ocupen de reencontrar el cimiento de lo común, y desescombrar tierra firme entre inundaciones periódicas de saliva que la asolan y la aíslan y la asilan, repartida en individuos peninsulares y continentes aislados como casi islas. Ya lo venía a decir León Felipe, desde el Méjico de su éxodo y su llanto que hizo nuestro: llega el sacerdote y mancha las palabras de todos en que somos, las oscurece y esconde tras mapas de colorines y planos planos. Y luego ha de llegar el poeta para limpiarlas. De sangre y sudor y lágrimas de futbolista ante las cámaras, y sobre todo, de frases hechas… polvo.